Antes de entrar en harina, quisiera recordar la primera contradicción y polémica en la historia de la Filosofía. La contradicción entre Heráclito y Parménides, entre la escuela Jonia y la Eleática. Para Heráclito “todo fluye, todo cambia, todo se mueve (concepción dialéctica).
Para Parménides “el ser es esencia, por lo tanto es inamovible, todo permanece, el cambio es sólo apariencia (concepción metafísica). Estas dos teorías llevadas a la Psicología, en concreto al estudio de la inteligencia, repiten los mismos modelos.
La teoría Genetista, afirma que el individuo nace con un determinado nivel de inteligencia constante a lo largo de su vida y la educación se limita exclusivamente a colaborar, a mantener las capacidades ya existentes. La teoría Conductista, considera que la inteligencia se modifica, igual que la conducta es modificable según las condiciones del medio donde se produzcan los estímulos.
Recuerdo al lector estas teorías, porque reflejan los profundos desencuentros de ideas y razones que se daban y se repiten, entre sabios y expertos, en temas sustantivos de la existencia humana, de su naturaleza y de su esencia.
La inteligencia no escapa a esas diatribas y, aunque en la Psicología moderna son muy pocos los que reivindican y defienden una concepción estática e inamovible de la inteligencia, es dificultoso encontrar un hilo conductor entre todos los que defienden que la inteligencia es modificable, ya que, son muchos los aspectos en los que basan dicha modificabilidad.
Desde mi perspectiva, diré que, la inteligencia es una estructura latente (anterior al problema) que se pone en funcionamiento y se actualiza, para establecer relaciones, guiar el discurso y resolver el problema. Es una capacidad o potencia a desarrollar, lo que supone un sustrato inacabado, capaz de perfeccionarse o mejorarse.
Hasta aquí una pequeña introducción teórica. Pero, quisiera reflejar algo práctico, sobre la maduración de la inteligencia. En este sentido, mis posiciones se acercan mucho a Feuerstein, que plantea la interacción entre la herencia y el ambiente. Heredamos unas potencialidades y unas estructuras genéticas determinadas, que son influidas, permeabilizadas y maduradas por el medio y, especialmente, por la mediación del adulto sobre el niño.
Se podría decir que la influencia del medio sobre la inteligencia y la modificabilidad que producen los estímulos externos sobre el individuo (especialmente en su niñez y adolescencia primera) hacen de la inteligencia cuasi un producto social, que se forja en la mezcla de civilizaciones y culturas avanzadas en su tiempo. Es como un proceso de maduración colectivo.
Pero Feuerstein, avanza más e incorpora lo que llama “aprendizaje mediado”, afirmando que la inteligencia responde activamente a los estímulos ambientales y más, cuando dichos estímulos están mediados por el maestro”. Tómese por “maestro” a los profesores y en general, a los mayores en sabiduría y experiencia.
Lo importante en el aspecto que nos interesa es, comprender que la modificabilidad de la inteligencia tiene unos límites que los marca la genética del ser humano, pero la interacción con el medio y el aprendizaje mediado, especialmente en los niños y adolescentes, pueden mejorar la inteligencia, entendiendo ésta como capacidad o potencia a desarrollar, lo que supone un sustrato inacabado factible de mejorar.
En este sentido, la familia, la escuela y los mayores, pueden actuar de mediadores, favoreciendo que la inteligencia de los que están en su entorno se modifique.
El entrenamiento cognitivo favorece la modificabilidad de la inteligencia, adquiriendo el mediador un papel fundamental para el sujeto, debido a su competencia intelectual.
Por tanto, mi opinión es que la inteligencia es modificable, aceptando los límites de la naturaleza humana (no absolutos). El medio donde se desarrolla un individuo, lo permeabiliza colectivamente y la mediación de la familia, la escuela y los mayores, le ayudan a desarrollar su inteligencia
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