La Mediación

La mediación es tan antigua como la vida. En cada época ha tomado unas formas y con unos objetivos diferentes: mediadores entre la guerra y la paz, entre fuertes y débiles, entre el Estado y el Mercado, entre trabajadores y empresarios y tantos y tantos otros.

En el siglo pasado, la mediación consideraba y montaba sus estrategias en torno a las colectividades, especialmente buscando la justicia social, la paz, el equilibrio y la libertad.

A finales del siglo XX, las Ciencias Sociales e imperativamente la Psicología, analizaron y reflexionaron sobre el fenómeno de la mediación y descubrieron cambios sustantivos. Primero, la mediación se desplazó y abarcó una escala individual. La sociedad demandaba mediadores interpersonales, que ayudasen a paliar los conflictos entre individuos.

Segundo, se produjo una evolución y reflexión en la esencia misma de la mediación. Algunos psicólogos avanzaron que la mediación no es sólo una herramienta para solucionar un problema puntual, sino que la mediación tiene un potencial específico de transformación de las personas. Mantienen Baruch Bush y folger, en su libro “La promesa de mediación”, que “la apuesta original de la mediación reside en su capacidad para transformar el carácter de los antagonistas individuales y de la sociedad en general”.

Sin embargo, estos estudios introspectivos detectaban en sus inicios cierta tendencia por parte de los sujetos y de algunos psicólogos, a buscar una solución práctica y momentánea al problema de la pareja, como si se tratase de un proceso de regateo distributivo.

En definitiva, se buscaba y se ponía el acento, fundamentalmente en el arreglo, en satisfacer coyunturalmente las necesidades y disminuir la inequidad, pero esas experiencias, mayoritariamente, lograron que las relaciones de la pareja mejorasen provisionalmente, pero, a la larga, surgían de nuevo las contradicciones, porque todo seguía igual, no había transformación entre los dos miembros de la pareja.

La mediación, por tanto, no sólo debe tender a estar mejor sino a ser mejor. En una pareja, que los dos siguen siendo igual, los problemas resueltos son reemplazados rápidamente por otros nuevos, porque nada ha cambiado fundamentalmente en el modo que cada miembro de la pareja tiende a comprender al otro. Por ello, la mediación ha de aportar a las partes la concienciación de los hechos para entender que, el acuerdo es un efecto colateral de un tema más importante como es la transformación de los litigantes.

Barruch y Folger describen que la mediación se mueve entre dos aspectos: la Revalorización y el Reconocimiento. Ellos, pueden hacer en la pareja, mucho más que promover acuerdos y mejorar las relaciones. Pueden transformar la vida de los dos, infundirle tanto en un sentido más vivido de las propias eficacias y valores personales (revalorización), como una mayor apertura y más aceptación hacia la otra persona que se encuentra enfrente (reconocimiento).

La mediación en la pareja, por tanto, no es simplemente un arbitraje, en el concepto moderno de la Psicología, sino que significa la devolución a los dos individuos de cierto sentido de sus propios valores y de su fuerza, así como de su propia capacidad para afrontar los problemas de la vida en común, que muchas veces, por muchos años que se vivan juntos, siguen siendo desconocidos para ambos.

Pero además, la mediación implica que se evoca y ayuda a las partes a utilizar los conflictos como oportunidades de crecimiento moral, y contribuye a reformular una disputa contenciosa, como un problema mutuo.

La mediación, desde la Psicología actual, no sólo busca el arreglo, sino que camina en la dirección de una cierta transformación de las partes desde el punto de vista ético, moral, cognitivo y en la búsqueda de un acuerdo de calidad, duradero y que signifique un reto común para la pareja en la búsqueda de su felicidad y satisfacción, con la aportación de las estrategias adecuadas para tal fin.