Poco se ha escrito sobre el divorcio y sin embargo, en estos últimos tiempos, se ha convertido en un fenómeno social muy relevante, que ha tomado dimensiones geográficas globales, que incide en las familias (sobre todo en los hijos), crea condiciones sociales, morales y económicas distintas.
Se puede describir, de forma negativa alentando el enfrentamiento que existe y en ocasiones muy intenso, o se puede hacer alentado algunos aspectos positivos. Yo, deseo relatarlo mirando al futuro y desde una perspectiva de la Psicología actual y, si el lector me es bondadoso y no me juzga con mucho rigor, adobarlo con alguna idea extraída de la Filosofía Ética.
Un divorcio es un conflicto entre dos partes, que quieren deshacer lo que un día se comprometieron. En esencia, uno o ambos, creen que lo que viven dentro de su pareja ya no les llena ni les colma y piensan, que fuera, tendrán una oportunidad de ser más felices o menos desgraciados que dentro.
¿Las causas? Muchas y muy diversas (un día escribiré sobre ellas); hoy me importa más desentrañar el conflicto y analizarlo desde un punto de vista positivo en su resolución y cuestionar la premisa de que es necesario considerar los conflictos como problemas.
Yo, sugeriría que las disputas, en ocasiones, pueden ser consideradas, no como problemas, sino oportunidades de crecimiento y transformación personal y humana. Un conflicto enfrenta a cada parte con un desafío, una dificultad o una adversidad que debe ser resuelta.
Este desafío se da en el nuevo escenario. La pareja tiene dudas y en los inicios del divorcio, ya no son “uno” con visiones convergentes, sino dos con visiones divergentes. Sin embargo, esta situación también es proclive a lo positivo, a pesar de toda la carga emotiva del enfrentamiento y la frustración, pues, ese nuevo desafío, puede proponer a las partes la oportunidad y la posibilidad de aclarar sus propias necesidades, sus valores, los elementos que le producen insatisfacción y los que les aportan satisfacción.
En esta orientación, el conflicto es primero y principalmente (como diría Barruch y Folger) una ocasión de crecimiento en dos dimensiones. La primera dimensión es el fortalecimiento de la capacidad de cada uno para afrontar la nueva situación y las dificultades que conlleva, comprometiéndose en la reflexión, la decisión y la acción, como actos conscientes e intencionales.
La segunda dimensión, implica comprender por ambas partes, las distintas situaciones respecto al otro, los hijos, la vuelta a una autonomía no compartida, en definitiva, aprehender la situación distinta, y en muchas ocasiones a pesar del conflicto. Tomando como referencia la cita de Rousseau “lo dominante en el ser es su bondad”, en ocasiones, y puesto que la capacidad humana es así, surge una consideración por el otro, e incluso, una paz interior que tal vez no tuvieron en su última época de matrimonio.
Estas dos dimensiones, la autonomía con la capacidad de decisión y la preocupación por el otro, la posibilidad de reconocerle nuevas perspectivas, hacen que este enfoque conceda a la pareja la oportunidad de sentir y expresar cierto grado de comprensión y preocupación por el otro, a pesar de la diversidad y de la discrepancia. Por lo tanto, el conflicto proporciona a la pareja la ocasión de desarrollar y demostrar respeto y consideración mutua.
En resumen, el conflicto, cuando es manejado de manera adecuada, es decir, cuando el grado de conflicto no sobrepasa la capacidad de realizar el ejercicio del razonamiento sobre los hechos, contiene valiosas oportunidades en ambas dimensiones de crecimiento moral, quizá en grado más alto que en la mayoría de las restantes experiencias humanas.
El divorcio, en definitiva, es un hecho que pone en cuestión los compromisos eternos y la ansiada búsqueda de la felicidad, y, esto ocurre en un mundo donde existe una reflexión sobre una nueva reformulación de la familia, como ente cohesionador de la sociedad. En un mundo donde hay un desplazamiento de los valores hacia la individualidad y hacia la satisfacción personal.
En esta realidad, los mediadores, los profesionales en abrir camino hacia la superación por las partes de estos conflictos, tenemos que agudizar el ingenio para que se preparen para vivir una nueva vida, sin heridas incurables ni miedos eternos y tener la sensibilidad suficiente para ejercer el arte de mediar. Tenemos que buscar que el conflicto se convierta en la oportunidad para ambos, de movilizar nuevos recursos, nuevas fuerzas para afrontar circunstancias adversas, ahora, en solitario.
La terapia ha de ser, ayudarles a que crezcan en su ética y en el respeto mutuo entre ellos y hacia terceros, a que se preparen para vivir una nueva vida, no sólo a corto plazo o para el momento, sino pensando en el largo plazo de los miembros de la pareja. Motivarles a que descubran valores en ambos, que podían tener ocultos, por mor del conflicto anterior. Esta es la mejor medicina para llegar a un acuerdo de solución justo, equitativo y bondadoso.