Francoise Zonabend en 1988 escribía “antes de ser uno mismo, se es hijo o hija de X o Y, se nace en el seno de una familia. Antes de ser socialmente cualquier otra cosa, se es identificado por un apellido. En todas partes, las primeras palabras que el niño aprende <papa, mama>, son las voces, cargadas de sentido, que designan a sus padres y a sus madres; después, vienen los demás vocablos del parentesco…
Así, el mundo se divide entre los suyos y los otros. Pero esos otros viven y son identificables en términos de parentesco. Cómo no concluir, entonces, que la familia no necesita explicación, que es como el lenguaje, un atributo de la condición humana”.
Mucho se ha escrito y se escribirá, sobre el concepto de familia. Cuando algunos autores afirman que la familia constituye la célula básica de la sociedad a la cual da cohesión y estabilidad, no lo dicen todo. Porque ese grupo básico del entramado humano sufre los cambios de los procesos sociales y se inscribe en el curso de la historia y además, esa cohesión y estabilidad se ejerce en sociedades distintas y cambiantes.
Y me pregunto, en esta época de crisis globalizada, ¿cómo puede la familia cohesionar y estabilizar las sociedades en sus ámbitos humanos? Mi respuesta es doble. Primero la solidaridad; porque ejercer en el seno familiar la solidaridad (en estos tiempos) es sumar esfuerzos, no solo en lo económico, sino también en lo humano y en lo formativo.
Se trata pues, de repartir lo existente, y para ello, los miembros de la unidad familiar, han de hablar entre ellos comunicándose sus situaciones, sus desalientos, sus necesidades y sus ilusiones dentro de la tormenta económica. Es necesario que los más veteranos en el seno familiar, expliquen cómo salieron en tiempos pasados de situaciones similares. Es necesario que propongan y si hace falta, sueñen juntos en un futuro, en una salida exitosa compartida. Pero insisto, es la hora de la comunicación en la familia.
El otro eje, es la cohesión. Hoy se hace más necesario comprender al otro, buscar lugares de encuentro entre padres e hijos, entre hermanos y entre marido y mujer. Aquel refrán clásico “la unión hace la fuerza”, toma virtualidad en estos tiempos, siendo necesaria la Inteligencia para encontrar el punto de equilibrio entre la unidad familiar y la razonable autonomía de los hijos. La cohesión se piensa con la razón y se ejercita con la bondad.
Mientras escribo estas líneas, me asalta la duda, si todas estas actitudes no serían propias de todos los tiempos. Es verdad, y lo decíamos al principio, la familia es la célula básica que sirve para dar estabilidad a la sociedad. Estas cualidades que hemos expuesto, en tiempos de bonanza materialista, se diluyen y dan lugar a una crisis de valores que también se reflejan en la familia.
Por eso, tal vez la crisis, nos vuelva a los valores éticos de la fraternidad, la bondad, el cariño y la solidaridad, que nunca debieron decaer en esta sociedad mercantilizada e individualista. ¡Que sea la familia la que potencie las bondades que unten como bálsamo sobre las heridas de esta crisis!