Supongamos por un momento que no existiese la familia. El mundo sería ingobernable. Muchos psicólogos, sociólogos y antropólogos, han estudiado la estructura de la familia, sus características principales de relación y de mutua influencia, los factores biológicos, culturales y genéticos de esta institución social. Mi opinión coincide con la de Gonzalo Musitu y Román, cuando defienden que “la familia sería fundamentalmente una creación de la cultura”.
Esta afirmación, no quiere decir que los factores biológicos no hayan influido en la conformación de esta estructura social primaria; factores tales como el de reproducción, el sexual, el de protección, han jugado en favor de la familia; pero esos roles, por sí solos, no hubieran concluido en el concepto y la estructura familiar, que se ha creado y materializado en las diferentes culturas.
Los factores culturales hacen relación a la socialización intrafamiliar y extrafamiliar. La familia fundamentalmente es un ente social, de apoyo y subsistencia, para conseguir equilibrios (de todo tipo) para la felicidad. Musitu y Román, argumentan a favor de los factores culturales, en el hecho, que el hombre nace más inmaduro e indefenso que otros animales y no dispone de mecanismos instintivos de adaptación.
Por ello, la sociedad ha tenido que crear un instrumento llamado familia, que tiene unas normas, unos códigos, variables y complejos en cada cultura, pero similares en los roles sociales que cumplen una función para estructurar esas sociedades.
Podíamos relatar multitud de aspectos culturales que influyen en la unidad familiar y en la progresiva emancipación de los miembros de esa familia; las fuerzas centrípetas y centrífugas que operan en toda entidad familiar.
Pero quiero centrarme fundamentalmente en el afecto y el cariño. Sin estas actitudes, la familia no sería tal, sino que sería como un grupo pequeño de intereses, que se unen para resistir las agresiones de una sociedad mercantilizada y cada vez más individualista.
No encuentro en mis investigaciones ningún grupo humano, donde se den mejores condiciones para el afecto y el cariño, que en el seno familiar. Eso no quiere decir, que en todas las familias se ejerza esta afectividad, y es por ello, por lo que sugiero a mis lectores, que un hijo, por muy pequeño que sea, ya disfruta y acumula recuerdos de un beso nuestro, de una caricia, de una sonrisa…
Que a los adolescentes les aumenta la autoestima, si se les escucha, si se les razona, si se presta atención a sus argumentos y no se les rechaza por sistema; si se les dice que se les quiere (parece que nos da vergüenza demostrarles y también decírselo a nuestros hijos jóvenes), ir al cine con ellos, ir a ver museos, al teatro, al fútbol, al baloncesto, emocionarnos con ellos, gozar con ellos y sufrir con ellos; porque eso nos hará más fácil ejercer nuestra función de padre o madre.
Porque, si a veces es necesaria una acción coercitiva para mejorar su conducta, comprenderán que está inducida por el cariño y el afecto. Los chinos afirman que el valor más natural y sobrenatural, es la armonía. Para conseguirla en el núcleo familiar, no solo es suficiente el cariño y el afecto, pero sin ellos nunca se conseguirá.